Bosquejar las canciones desde la guitarra y la voz fue el ejercicio que me permitió crear con claridad
Este hallazgo no solo influyó en el desarrollo de las composiciones, sino que se consolidó como un método que seguiré explorando en el futuro. El formato minimalista facilitó el desarrollo de las melodías vocales, su acompañamiento armónico y la construcción emocional de cada pieza.
Durante el proceso de composición, comprendí que cada canción tiene una esencia y una identidad propia y que esa singularidad está ligada al sentido de la musicalidad, a lo orgánico y a lo humano. A diferencia de componer frente a un piano o utilizando un software de notación, la guitarra y la voz ofrecían un espacio menos hostil y más permisivo para la creatividad.
Establecer la voz como la guía principal del fraseo, el ritmo y la dirección melódica me permitió descubrir que en mi proceso compositivo particular, las melodías debían surgir al mismo tiempo que las palabras de las letras. Esa relación simultánea fue clave para entender cada composición.

Confirmé que traducir el lenguaje de los tambores a otros instrumentos era el método correcto para conservar el color de las músicas tradicionales
El concepto de reinterpretar estuvo estrechamente ligado al ejercicio de traducción, especialmente en el trabajo de trasladar las frases rítmicas de los tambores tradicionales al formato de banda moderna. Esta necesidad fue aún más evidente en aquellas piezas que no contaban con referencias tímbricas o percusivas explícitas, pero que requerían un anclaje identitario desde lo sonoro.
Ante esa carencia, transcribir los golpes tradicionales a instrumentos urbanos como la guitarra, el bajo o la percusión de la banda se convirtió en una solución no solo viable, sino fundamental. Incorporar esas frases en los arreglos, mediante acentos, cortes y contratiempos estratégicos, fue lo que permitió que cada obra se mantuviera anclada a la raíz.
Este hallazgo no solo fue útil en lo inmediato, sino que se consolidó como un método de composición que seguiré aplicando. Diseñar acompañamientos armónicos y melódicos a partir del ritmo de los tambores me llevó a tener una comprensión más profunda de la dimensión rítmica, y a reconocerla como eje estructural de la música que quiero seguir creando.
Determinar hacia quién iban dirigidas las letras fue fundamental para su desarrollo
Una de las dificultades más persistentes en este proyecto fue escribir textos que tuvieran sentido, dirección y emoción. Durante el proceso, descubrí que esa claridad aparecía cuando lograba imaginar con precisión a quién iba dirigida la canción. No se trataba de escribir para un público general, sino de visualizar a una persona o situación concreta que le diera tono y enfoque al mensaje.
Esa segmentación del discurso funcionó como una herramienta creativa poderosa. Pensar en alguien específico abrió la posibilidad de un diálogo más fluido y honesto.
Hacer un guion para las composiciones fue fundamental para concretar un proyecto de gran formato
Para lograr procesos de orquestación y producción más ordenados, eficientes y musicalmente satisfactorios, fue necesario establecer un guion previo que sirviera como mapa estructural. Este boceto permitió construir con claridad cada línea melódica, contramelodía y elemento rítmico, lo cual agilizó considerablemente el desarrollo de los arreglos y facilitó la toma de decisiones sonoras.
Durante el proyecto, se hizo evidente que partir de lo esencial era crucial, por eso se empezó definiendo las líneas melódicas principales y sus acompañamientos armónicos; posteriormente se construyeron los cortes rítmicos, las intervenciones de percusión, las contramelodías y las voces secundarias de la orquestación. Mantener ese orden de trabajo no solo optimizó el proceso creativo, sino que fue determinante para abordar composiciones de gran formato con solidez estructural y claridad estética.
Comprobé que la canción es un género que acerca la música al oyente
Esa cercanía con las audiencias no solo se logra con la música, sino especialmente a través de la construcción de las letras. Esta visión implicó un acto de valentía y un compromiso profundo con mi propio lenguaje artístico, entendiendo la música como un vehículo para construir narraciones emocionales y sensoriales que trascienden lo puramente sonoro.
Entendí que la música no solo debe satisfacer mis propios gustos o inquietudes, sino también considerar el diálogo con las audiencias. De esta manera, el acto creativo se amplió, incorporando la dimensión comunicativa que supone conectar con quienes escuchan.

Debo reconciliarme con las realidades históricas que me constituyen para que mi obra emerja de manera honesta
Reconocerme como músico urbano, marcado por los sonidos de la música de ciudad, es fundamental en mi proceso creativo. Sin embargo, aunque no me considero un músico tradicional, esta me atrae profundamente y se ha establecido como parte esencial de mi identidad sonora. Más que aferrarme a etiquetas, el desafío está en aceptar esa dualidad y reconciliar esas influencias para construir un lenguaje propio que refleje esa diversidad.
En esta etapa reciente, decidí acercarme a la música tradicional bailable, no como un recurso comercial, sino como un espacio auténtico de conexión con las audiencias. El desafío fue transitar entre estas realidades y lograr un equilibrio entre una música que invita a bailar y, al mismo tiempo, a ser escuchada con atención. Eso representa una para mí una expansión significativa de mi lenguaje compositivo.